La rubia se llama Cristina. Está buenísima. Lleva el pelo muy corto y es casi tan alta como yo. Me recuerda a una ex novia que tuve en la Facultad. La muy puñetera me dejó por un completo imbécil. Además, el muy hijo de puta era colega. Duraron poco.

Cristina, Cris, es de Barcelona, se dedica a la publicidad y me cuenta que tras ver el anuncio de un conocido perfume para hombres (Chanel), decidió probar suerte con el surf. El spot televisivo muestra a un cachas cogiendo olas como un demonio. Mientras me cuenta todo esto, babeo. Debo tener una descomunal cara de gilipollas. Justo cuando veo al resto de alumnos de Calima concentrados en el bocata, y compruebo que nadie me mira, tartamudeo y la invito a cenar.

Es mi cuarta semana en Famara, cada día espero con impaciencia el amanecer para calzarme el chaque (neopreno) y salir disparado a mis clases de surf. Antes, me acerco en bici al supermercado a comprar el desayuno y examino el estado de las olas. Aún desconozco como funcionan las mareas, las corrientes, el viento, pero pongo cara de surfero experimentado. Por si alguien mira. Y con el pan caliente bajo el brazo, me voy a hacer café.

Me cruzo con un surfero local que me informa pacientemente de las condiciones  meteorológicas del día para el correspondiente baño. Le presto máxima atención y le doy sinceramente las gracias. Un baño me espera. ¿Se puede estar mejor?.



Cris acaba la jornada matinal surfera tan triturada como yo pero, inesperadamente, acepta mi invitación. ¿Qué me pongo? Ponte alegre campeón. Pregunto por el restaurante más especial del pueblo. Hay varios y opto por El Risco que, según me cuentan, es el mejor, aunque el más caro. Un día es un día. La gastronomía canaria me tiene fascinado: el pescado fresco que me trae a casa mi amigo Coco (un pescador local), las lapas, el queso fresco, las papas arrugás, el mojo picón, la ropavieja, etc, etc. Dedicaré un capítulo exclusivo a esta rica gastronomía.

En la terraza del restaurante, con la impresionante vista marítima ante nosotros, Cris ríe con ganas de mis vicisitudes surferas, dice que flipa con mi acento andaluz, y yo, claro, lo exagero.  Joder tío, qué buena está… Creo que tengo un condón en el apartamento, ¿uno? ¿estará caducado? Habrá que buscarse la vida. Creo que en El Clandestino hay una máquina expendedora. Nunca se sabe. Seguro que tras la cena, le entra sueño y se va.

He descubierto, con perplejidad, que tengo cierta gracia, buen sentido del humor y además manejo un constante buen carácter. Supongo que todo esto existía pero habitaba escondido en algún rincón, sentado en el banquillo. Antes, mi carácter, el malo, se encontraba muy a menudo en la superficie. Me gusto más ahora.

Cris recoge a toda prisa su ropa interior, debe coger el avión de vuelta a Barcelona. Tengo una  agradable sensación de serenidad. Vuelve a besarme, me invita a su ciudad y asegura que, por supuesto, volverá a Famara.



Tras pasar por el coma, me he vuelto jodidamente sensiblote. Me emociono por cosas que, antes, no les prestaba atención alguna. Por cosas tan cotidianas como simples: pasear en bici por el pueblo, tener el Risco de Famara frente a mi apartamento, comprar el pan por las mañanas, pararme a hablar con alguien sin mirar el reloj o el móvil: ¿conocen esa sensación?.

Permítanme un nuevo consejo: se puede, sí, se puede. Vivan lo que realmente quieran vivir. La recompensa es infinita. Ni todo el dinero de la Reserva Federal puede pagar mi creciente paz interior. 

Hasta pronto Cris. 
Snif.
Me voy a la playa a surfear. Una nueva ola me espera.


EL SURFERO NOVATO