17 marzo 2015

La rubia se llama Cristina. Está buenísima. Lleva el pelo muy corto y es casi tan alta como yo. Me recuerda a una ex novia que tuve en la Facultad. La muy puñetera me dejó por un completo imbécil. Además, el muy hijo de puta era colega. Duraron poco.

Cristina, Cris, es de Barcelona, se dedica a la publicidad y me cuenta que tras ver el anuncio de un conocido perfume para hombres (Chanel), decidió probar suerte con el surf. El spot televisivo muestra a un cachas cogiendo olas como un demonio. Mientras me cuenta todo esto, babeo. Debo tener una descomunal cara de gilipollas. Justo cuando veo al resto de alumnos de Calima concentrados en el bocata, y compruebo que nadie me mira, tartamudeo y la invito a cenar.

Es mi cuarta semana en Famara, cada día espero con impaciencia el amanecer para calzarme el chaque (neopreno) y salir disparado a mis clases de surf. Antes, me acerco en bici al supermercado a comprar el desayuno y examino el estado de las olas. Aún desconozco como funcionan las mareas, las corrientes, el viento, pero pongo cara de surfero experimentado. Por si alguien mira. Y con el pan caliente bajo el brazo, me voy a hacer café.

Me cruzo con un surfero local que me informa pacientemente de las condiciones  meteorológicas del día para el correspondiente baño. Le presto máxima atención y le doy sinceramente las gracias. Un baño me espera. ¿Se puede estar mejor?.



Cris acaba la jornada matinal surfera tan triturada como yo pero, inesperadamente, acepta mi invitación. ¿Qué me pongo? Ponte alegre campeón. Pregunto por el restaurante más especial del pueblo. Hay varios y opto por El Risco que, según me cuentan, es el mejor, aunque el más caro. Un día es un día. La gastronomía canaria me tiene fascinado: el pescado fresco que me trae a casa mi amigo Coco (un pescador local), las lapas, el queso fresco, las papas arrugás, el mojo picón, la ropavieja, etc, etc. Dedicaré un capítulo exclusivo a esta rica gastronomía.

En la terraza del restaurante, con la impresionante vista marítima ante nosotros, Cris ríe con ganas de mis vicisitudes surferas, dice que flipa con mi acento andaluz, y yo, claro, lo exagero.  Joder tío, qué buena está… Creo que tengo un condón en el apartamento, ¿uno? ¿estará caducado? Habrá que buscarse la vida. Creo que en El Clandestino hay una máquina expendedora. Nunca se sabe. Seguro que tras la cena, le entra sueño y se va.

He descubierto, con perplejidad, que tengo cierta gracia, buen sentido del humor y además manejo un constante buen carácter. Supongo que todo esto existía pero habitaba escondido en algún rincón, sentado en el banquillo. Antes, mi carácter, el malo, se encontraba muy a menudo en la superficie. Me gusto más ahora.

Cris recoge a toda prisa su ropa interior, debe coger el avión de vuelta a Barcelona. Tengo una  agradable sensación de serenidad. Vuelve a besarme, me invita a su ciudad y asegura que, por supuesto, volverá a Famara.



Tras pasar por el coma, me he vuelto jodidamente sensiblote. Me emociono por cosas que, antes, no les prestaba atención alguna. Por cosas tan cotidianas como simples: pasear en bici por el pueblo, tener el Risco de Famara frente a mi apartamento, comprar el pan por las mañanas, pararme a hablar con alguien sin mirar el reloj o el móvil: ¿conocen esa sensación?.

Permítanme un nuevo consejo: se puede, sí, se puede. Vivan lo que realmente quieran vivir. La recompensa es infinita. Ni todo el dinero de la Reserva Federal puede pagar mi creciente paz interior. 

Hasta pronto Cris. 
Snif.
Me voy a la playa a surfear. Una nueva ola me espera.


EL SURFERO NOVATO

            


Publicado el martes, marzo 17, 2015 por Josele Rull

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11 marzo 2015


Me ha pasado un tanque por encima. Tras cinco horas de curso de surf, tengo triturados todos los músculos del cuerpo, pero extrañamente, sonrío. Me viene el sabor del mar a la boca, la lavadora es la culpable. No la de mi apartamento sino el centrifugado que, a veces, se produce cerca de la orilla cuando se alinean una serie consecutiva de olas.

Estaba sentado encima de la tabla con cierto aire de superioridad mirando al resto de alumn@s novat@s que hoy empezaban un nuevo curso. De repente, y aprovechando mi despiste, una ola ha venido directa y enfurecida hacia mí. Me ha derribado (había más gente allí señora ola). El invento o amarradera (cuerda de plástico que une la tabla de surf con el tobillo de quien la monta) se me ha soltado y la tabla se aleja. Hay que salir a flote pero una ola tras otra se derrumban sobre mi. El mar me remueve a su antojo, con cierta violencia. Por supuesto, brindo con agua salada.  Esa es la mezcla que ahora saboreo: agua salada con los efluvios del Jagger de la noche anterior. Cóctel cojonudo.


Una vez alcanzada la orilla y rescatada mi tabla, vuelvo a colocarme la amarradera y me lanzo al mar como si nada hubiera pasado. O qué habían pensado.

Parezco un cherokee con el protector solar cruzándome la cara. Una rubia de vértigo y compañera de curso, me ha sonreído mientras yo devoraba el bocata de la pausa escolar. Menos mal que el neopreno (aquí lo llaman chaque) me tapa el blanco nuclear de mi piel y mi delgado estilo. ¿Habrá visto mi revolcón?. Debí haber ido este invierno al gimnasio tal y como me propuse. A tomar por culo. Ahora es mi momento. Soy surfer, moldearé mi musculatura en el mar, como tiene que ser. Con un par, bronceado, fenómeno. Ella vuelve a mirarme.

Diecinueve surferos y surferas novatos/as nos situamos alrededor de los tres experimentados instructores de Calima Surf. Nadie pierde ni una décima de segundo de las explicaciones que imparten cada uno de los instructores. Aquí hay ganas de aprender. Yo ya me veo vacilando en el barrio.


¡¡Y se hizo el milagro!! He cogido una ola y me he mantenido de pie en la tabla al menos durante nueve semanas y media. O eso me ha parecido a mí. He vuelto a nacer. Acabo de entender por qué el surf es una forma de vida, por qué un surfero recorre el mundo buscando la ola definitiva. El que hace surf, siempre hará surf. Melina, instructora de Calima, aplaude y me jalea desde la orilla. Soy el puto amo.

Una vez concluida la sesión matinal del curso de surf en la playa de Famara, sigo disfrazado con el neopreno y camino hacia la furgo con mi tabla bajo el brazo. Tengo la sensación del deber cumplido, de que he hecho algo importante. Sonrío. Fenómeno.

Surfear en Famara es adictivo, simplemente, surfear es adictivo, pero en esta playa  la adicción se multiplica. A pesar del susto de hoy, sé que voy por buen camino. Quiero surfear toda mi vida.

Permítanme que les regale un nuevo consejo: contemplen la demoledora belleza que, desde el mar, tienen ante ustedes. Aprendan a sentarse sobre la tabla y miren hacia la playa y su entorno. En silencio. Saboreen el momento y den gracias al que inventó este lugar y este deporte. ¡Pero cuidado! la lavadora está al acecho. Nunca pierdan de vista las olas del mar. Nunca.

¿Le digo algo a la rubia?



EL SURFERO NOVATO





Publicado el miércoles, marzo 11, 2015 por Josele Rull

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09 marzo 2015


A 140 km/hora me di tal hostia en mi recién estrenada Ducati que acabé directamente con mis huesos en el hospital. Quería llegar a la tercera cita profesional de aquel día. No me dio tiempo. El cliente tampoco acudió. Casi la palmo en acudir a una cita que la otra parte olvidó, ridículo: ¿se puede ser más imbécil?. Este inesperado pero previsible accidente, aparte de acojonar, replanteó mi existencia. Vivir en una gran ciudad es cruel a veces. Siempre vamos corriendo, no sabemos porqué, pero siempre como una moto, a veces en moto. ¿Para qué?  Necesito salir de aquí. Es el momento. Quiero que me sobre el tiempo. Que sea mío.

A finales de los noventa, ya conocí Lanzarote. Una de mis actividades favoritas era ir al noroeste de la isla y ver a los pocos surferos de entonces cabalgar la eterna derecha  de LA SANTA una y otra vez. Después, llegaba a la playa de Famara e intentaba, sin éxito, imitarlos con una vieja tabla que me regaló mi amigo Angeru, un vasco de pro instalado en Famara que, 15 años después, sigue surfeando con sus hijos de 10 y 12 años. Seguro que el muy cabrón anda sobrado de tiempo.





Me faltó constancia, tuve en esa época un trabajo convencional en la isla que me exigía absoluta dedicación y el surf fue como aquella preciosidad que me cruzaba por los pasillos de la universidad: a la primera tentativa de aproximación, la historia no fructíficó y abandoné prematuramente el combate. Debí aprender a surfear, debí haberme cruzado con alguien que me iniciara. Mi entorno de amigos estaban en otra cosa y yo, con ellos. En aquella narcótica etapa también corríamos, y mucho.

CALIMA SURF, ¿dónde estabas?. De habernos encontrado en aquel tiempo, ¿habría vivido otra vida?.

El surf es un combate contra uno mismo: hay que ser firme, constante, y estar rotundamente enamorado del mar. Aprender lleva su tiempo pero, al igual que el arte de  la seducción, hay que saborear el camino. Claudio, veterano surfero y sonriente monitor de CALIMA SURF, lo resume en una palabra: SUAVE. Este es el secreto.



Tras diecisiete días, desperté del coma y estaba surfeando. Sí, sé que es increíble, quince años después de vivir en Lanzarote, habiendo olvidado por completo el surf, desperté en mi ciudad, en una cama de hospital y mi primer contacto con el mundo real fue saborear la sensación de velocidad cuando has cogido una buena ola. Sentía el aroma del mar, el sol en la piel, veía el Risco de Famara al fondo.

Pero era agosto, en la habitación de hospital hacía frío, voy casi en pelotas, con algo que me cubre por delante y me deja el culo al aire. La comida es de estrella. De estrellarla contra la pared, el aroma hospitalario no es precisamente a mar y mi amable enfermera, ni va en bikini, ni lleva una tabla de surf bajo el brazo y no es precisamente Miss Noruega.


Con este desolador panorama, yo me encontraba virtualmente surfeando. Secuelas físicas, según los médicos, no me van a quedar, pero parece que algo ha cambiado para siempre: ABANDONO MI ACTUAL VIDA, ME VOY A SURFEAR. VOY CAMINO FAMARA, ¿TÚ HACIA DONDE VAS?.

No es fácil cambiar de ciudad, de vida. Cuando tienes familia (no tengo hijos, pero sí siete sobrinos), buenos amigos, negocios, socios, hipoteca, alguna novieta, etc, etc,  plantear un cambio de vida no es nada fácil. Pero el instinto manda, la decisión está tomada, no queda otra salida: me voy. Sin miedo. ¿Sin miedo?.



La carretera de 10km que lleva a Caleta de Famara -Reserva Mundial de la Biosfera- me pone la piel de gallina cada vez que la cruzo. Es la carretera que lleva a otra vida, al surf, a las olas, a la excitación de lo incierto.

Permítanme un consejo a todos aquellos y aquellas que se deslicen por esta carretera ya sea la primera o la enésima vez: saboreen el camino, abran las ventanillas del automóvil y disfruten del viento, del silencio, del paisaje. Es el primer paso. Famara está al fondo. Suave.

Dos sugerencias musicales para acompañar la lectura.


EL SURFERO NOVATO.







Publicado el lunes, marzo 09, 2015 por Josele Rull

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