A 140 km/hora me di tal hostia en mi recién estrenada Ducati que acabé directamente con mis huesos en el hospital. Quería llegar a la tercera cita profesional de aquel día. No me dio tiempo. El cliente tampoco acudió. Casi la palmo en acudir a una cita que la otra parte olvidó, ridículo: ¿se puede ser más imbécil?. Este inesperado pero previsible accidente, aparte de acojonar, replanteó mi existencia. Vivir en una gran ciudad es cruel a veces. Siempre vamos corriendo, no sabemos porqué, pero siempre como una moto, a veces en moto. ¿Para qué?  Necesito salir de aquí. Es el momento. Quiero que me sobre el tiempo. Que sea mío.

A finales de los noventa, ya conocí Lanzarote. Una de mis actividades favoritas era ir al noroeste de la isla y ver a los pocos surferos de entonces cabalgar la eterna derecha  de LA SANTA una y otra vez. Después, llegaba a la playa de Famara e intentaba, sin éxito, imitarlos con una vieja tabla que me regaló mi amigo Angeru, un vasco de pro instalado en Famara que, 15 años después, sigue surfeando con sus hijos de 10 y 12 años. Seguro que el muy cabrón anda sobrado de tiempo.





Me faltó constancia, tuve en esa época un trabajo convencional en la isla que me exigía absoluta dedicación y el surf fue como aquella preciosidad que me cruzaba por los pasillos de la universidad: a la primera tentativa de aproximación, la historia no fructíficó y abandoné prematuramente el combate. Debí aprender a surfear, debí haberme cruzado con alguien que me iniciara. Mi entorno de amigos estaban en otra cosa y yo, con ellos. En aquella narcótica etapa también corríamos, y mucho.

CALIMA SURF, ¿dónde estabas?. De habernos encontrado en aquel tiempo, ¿habría vivido otra vida?.

El surf es un combate contra uno mismo: hay que ser firme, constante, y estar rotundamente enamorado del mar. Aprender lleva su tiempo pero, al igual que el arte de  la seducción, hay que saborear el camino. Claudio, veterano surfero y sonriente monitor de CALIMA SURF, lo resume en una palabra: SUAVE. Este es el secreto.



Tras diecisiete días, desperté del coma y estaba surfeando. Sí, sé que es increíble, quince años después de vivir en Lanzarote, habiendo olvidado por completo el surf, desperté en mi ciudad, en una cama de hospital y mi primer contacto con el mundo real fue saborear la sensación de velocidad cuando has cogido una buena ola. Sentía el aroma del mar, el sol en la piel, veía el Risco de Famara al fondo.

Pero era agosto, en la habitación de hospital hacía frío, voy casi en pelotas, con algo que me cubre por delante y me deja el culo al aire. La comida es de estrella. De estrellarla contra la pared, el aroma hospitalario no es precisamente a mar y mi amable enfermera, ni va en bikini, ni lleva una tabla de surf bajo el brazo y no es precisamente Miss Noruega.


Con este desolador panorama, yo me encontraba virtualmente surfeando. Secuelas físicas, según los médicos, no me van a quedar, pero parece que algo ha cambiado para siempre: ABANDONO MI ACTUAL VIDA, ME VOY A SURFEAR. VOY CAMINO FAMARA, ¿TÚ HACIA DONDE VAS?.

No es fácil cambiar de ciudad, de vida. Cuando tienes familia (no tengo hijos, pero sí siete sobrinos), buenos amigos, negocios, socios, hipoteca, alguna novieta, etc, etc,  plantear un cambio de vida no es nada fácil. Pero el instinto manda, la decisión está tomada, no queda otra salida: me voy. Sin miedo. ¿Sin miedo?.



La carretera de 10km que lleva a Caleta de Famara -Reserva Mundial de la Biosfera- me pone la piel de gallina cada vez que la cruzo. Es la carretera que lleva a otra vida, al surf, a las olas, a la excitación de lo incierto.

Permítanme un consejo a todos aquellos y aquellas que se deslicen por esta carretera ya sea la primera o la enésima vez: saboreen el camino, abran las ventanillas del automóvil y disfruten del viento, del silencio, del paisaje. Es el primer paso. Famara está al fondo. Suave.

Dos sugerencias musicales para acompañar la lectura.


EL SURFERO NOVATO.